Siempre me han gustado los deportes, desde que tengo uso de razón me ha gustado correr y poco a poco viví una relación de amor y odio con los juegos de pelota. Solo había un pequeño detalle. Cuando tenía siete meses de nacido sufrí un grave traumatismo en un accidente automovilístico junto a toda mi familia. Me fracturé el fémur derecho y quedé con una levísima parálisis muscular, lo suficiente para convertir en todos mis movimientos en el paroxismo de la torpeza, y sumando el hecho de que soy miope, bueno yo era todo un monumento a la torpeza.
La única actividad deportiva que me gustaba era correr. Corría a todos lados, a la escuela, a la panadería, a la tienda, a la vida. Y solo porque corriendo me tropezaba muy poco, no requería mucha habilidad, me caía a veces, pero la rabia me hacía levantarme en un instante y salir corriendo con más velocidad.
Era un sufrimiento cuando mis atléticos padres me animaban a hacer un deporte de reflejos, los balones se estrellaban alegremente contra mis cuatro ojos. Me tropezaba al buscar el balón. Le pegaba de la manera más ridícula a las pelotas. Sin embargo el amor de mis padres, la paciencia de mi hermano, y el apoyo de mis primos me ayudaron a mejorar gradualmente hasta gustar más día a día de mi tortura deportiva.
Gracias al apoyo familiar, mi terquedad, y mi desdén por el dolor logré aprender a hacer saltos mortales, jugar competentemente al fútbol y al basquetbol. Pero siempre con mi huella personal, los movimientos robóticos, forzados y cuando me equivocaba era de la manera más ridícula y penosa que podía existir.
Hasta que un día conocí la peteca... y mi vida cambió para siempre. Al verla volar la primera vez tuve un buen presentimiento de que ese extraño artefacto emplumado y yo nos íbamos a llevar de maravilla. Cuando le pegué en la dirección en que debía mi alma gritó de felicidad. Mientras aprendí los fundamentos a lo largo de una veloz hora, noté que nunca más me iba a separar de ella. Al ver que inmediatamente me destaqué por mi rendimiento me cayó del cielo el conocimiento de que la peteca y yo íbamos a vivir felices para siempre.
El primer día jugué seis horas casi consecutivas, hasta que la pobre peteca quedó desecha. Adolorido pero feliz, consciente de que algo había operado en mi. Al llegar a casa me metí a la red de la información a buscar todo lo relativo a mi nueva pasión y no pude dormir nada por entretenerme conociendo el mundo de la peteca.
Hice mis primeras petecas de papel, y comencé a jugar horas y horas yo solo, pues nadie más me acompañaba en mi nueva pasión. Pasé meses enteros buscando la manera de fabricarlas y poder jugar sin usar las petecas desechables que hacían en mi ciudad. Hasta que un día hablando con mi pareja ambos descubrimos que compartíamos ese gusto y decidimos no parar hasta fabricarlas e inundar el mundo de ellas, para que tuviésemos miles a acompañantes en este nuevo mundo. Que miles de personas cayeran bajo el hechizo hipnotizante de sus colores en el aire y su delicioso sonido al ser golpeada.
Un día como cualquiera conseguimos el material para fabricarlas, y llegando a casa me puse manos a la obra. Tardé toda la noche en hacerla, logré terminar justo a la hora que debía haberme levantado para irme a trabajar. Al salir del trabajo, tomé la primera peteca verdadera que fabricaba por mi solo y se la llevé a mi chica para que jugaramos. Y comenzamos a jugar y jugar, a fabricar y fabricar.
Una cosa llevo a la otra y de repente nos encontramos siendo los autores de varios cientos de petecas, también los promotores más fieles del juego en México y sin duda unos de los practicantes más asiduos. Y no solo eso, al volver a practicar otros deportes nos encontramos más aptos que nunca, hemos notado mejorías indiscutibles.
Para el hombre más torpe del mundo fue volver a nacer siendo otro, de repente era un buen ejemplo en el deporte, inusualmente era él quien enseñaba a los demás cómo se juega un deporte. En su piel experimentó y vivió el refrán que reza: "del odio nace el amor". Y el amor es el sentimiento más poderoso del universo, dotando de vida a todo lo que nos rodea, hasta a un objeto extraño con plumas, hasta esa hermosa terapia voladora.
Por favor comenten, ustedes hacen este espacio, gracias por leernos.
Bonita historia, muy motivadora. No hay que dejarse vencer nunca.
ResponderEliminarMe gusto tu historia la perseverancia lleva al exito y si efectivamente la peteca te hace mas avil y diestro toda familia deberia de tener un peteca en casa
ResponderEliminarNosotros decidimos a q cosas sacarle el mejor provecho, tu decidiste enseñarle al mundo este gran deporte. Eres grande por vencer tus obstaculos.
ResponderEliminarcuanto actualmente con 50 años en mi juventud los años 70s la jugaba con entusiasmo y conserve una hasta los mediados de los noventa al cambiarme de casa ,me la extraviaron los señores de la mudanza ahora , veo con gran orgullo que en Mexico aun las fabrican de manera artesaanal.. pase horas y gane mucha habilidad con este juguete que me hacia sudar la gota gorda , pero mis refeljos fueron mucho mas rapidos comparados con aquellos que no practicaban con ella. en horabuena
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